La mayoría de nosotros seleccionamos una dirección en el navegador de nuestro coche o smartphone y seguimos sus indicaciones. Aquí te explicamos qué hace para llevarte a tu destino.
Las siglas GPS significan Global Positioning System o Sistema de Posicionamiento Global. Esta tecnología, como muchas otras, tiene su origen en el mundo militar, específicamente la Segunda Guerra Mundial de la mano del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y su sistema Transit.
En la actualidad permite localizar la posición de una persona u objeto en cualquier parte del mundo con un margen de error de unos pocos metros.
¿Cómo funcionan los GPS actuales?
El sistema GPS está conformado por 24 satélites que orbitan sobre la Tierra con trayectorias sincronizadas para cubrir toda la superficie. Su señal es utilizada para obtener la localización de un sujeto u objeto por trilateración.
Para determinar nuestra posición, el receptor GPS localiza un mínimo de cuatro satélites, recibiendo la identificación y la hora del reloj de cada uno de ellos.
Luego calcula el tiempo que tardan en llegar las señales de cada uno de los satélites al equipo.
Así, una vez conocidas las distancias, se determina fácilmente nuestra posición con respecto a los satélites.
Además, al obtener las coordenadas de cada satélite por la señal que emiten, se logra establecer nuestra posición absoluta o en coordenadas reales.
Al definir nuestra ubicación, entran en funcionamiento otros dos elementos indispensables: la cartografía o mapas de la zona y el software de navegación instalado en nuestro dispositivo.
La cartografía traduce las coordenadas a un punto concreto del mapa con un margen de error de escasos metros.
Por su parte, el software de navegación permite introducir la dirección de nuestro destino y trazar la mejor ruta según el criterio seleccionado (ruta más rápida, más corta, más económica, etc.).
También nos proporciona un tiempo estimado de llegada y en caso de error, el navegador calcula rápidamente nuestra nueva ubicación y reconfigura la ruta con las modificaciones necesarias (el famoso “recalculando”).